jueves, 1 de diciembre de 2011

De la noche a la mañana


Relájate, piensa en un lugar feliz.
¿Cuál es tu imagen?

Yo me imagino en un campo, pradera o colina con hierba fresca y de un verde intenso, húmeda, como mojada con agua de rocío. Me tumbo sobre ella y me refresca. Me hace sentir como en el paraíso. Revolotean mariposas, cantan pájaros y suenan risas de niños a lo lejos. Me siento bien. Me siento viva.

De repente, empieza a oscurecer y tengo la sensación de crecer, subo rápidamente y puedo tocar las nubes. Las gentes parecen hormigas desde aquí arriba. Estoy en la cima de la montaña, puedo sentir el frío conrtante en mi piel, y la libertad.
La inmensidad a mis pies comienza a asustarme, se me nubla la vista y el oxígeno empieza a escasear. Esto provoca mi caída.

Caigo, caigo y caigo y nunca llego a tierra. "¿Cúántos kilómertos he caído? Ya apenas tengo fuerzas para gritar". El miedo se apodera de mi cuerpo.

La montaña se ha convertido en un volcán, que entra en erupción aún estando yo en el aire. Dejo entonces de caer, ahora me deslizo por la lava que me acompaña en la bajada abrasándome.

Una vez en el valle que rodea al volcán, entumecida por el dolor provocado por las numerosas quemaduras, observo a mi alrededor.Ha desaparecido todo: El sol, los colores, la humedad, la vida... Ya solo hay cenizas... solo oscuridad y silencio. Inmensa muerte.

Mis lágrimas causadas por el estupor me hunden en lo más profundo de mi miseria. Sorprendentemente la caida de estas limpia a mi alrededor la ceniza del valle. Debajo ya no había hierba, solo tierra seca e inerte, sin esperanzas algunas de volver a brotar vida de sus entrañas.

Llega la noche y la imagen de mi cuerpo acurrucado y tembloroso se asemeja a la de un cahorrillo en una noche de tormenta, pero al igual que este encuentra un hilo de ilusión cuando lo acojen en un hogar, al despertar había retornado a la situación inicial.

Los rayos de sol atravesaban mis párpados y me deseaban buenos días.